jueves, agosto 10

DÈMIAN


Tenía unos 8 años cuando comencé a manchar mi conciencia, persiguiendo gatos, encerrándolos, molestándolos, en fin, interrumpiendo su apacible vida felina. Antes de cambiarme de casa, cuestión que se concretó hace dos semanas, habíamos decidido con mi pareja tener una mascota. Desde entonces, me concentré en la idea de adquirir un gato y reflexionando llegué a la conclusión de que sería una forma de pagar una deuda social con ellos.
Un domingo fuimos a una estación de metro a buscar a nuestro gato que alguien nos regalaría luego de un contacto virtual. Estaba nervioso, porque nunca había tenido uno y porque no imaginaba cómo sería tenerlo y cuidarlo. Dèmian llegó a nuestras vidas con un gruñido feroz, apenas la mujer abrió la caja de comida china en que lo transportaba. No pude evitar abrir los ojos automáticamente, no arrepentido, pero sí preocupado por el nivel de bestia con el que nos estábamos metiendo. No abrimos la caja en todo el recorrido hasta nuestra casa, pensando también en el profundo ruido del tren subterráneo, que seguramente terminaría por estresar al pequeño animal. Con dos meses y medio, nos costó horas que saliera de su caja cuando regresamos. Cuando por fin decidí vaciar su incómodo, pero seguro refugio, Démian chilló indignado y de un salto regresó a la irónica caja de comida china.
Minutos después volví al ataque y vacié la caja. Dèmian huyó por la casa buscando un sitio seguro, pero rápidamente se arrinconó en una pared del living. Decidimos entonces traer todo lo necesario hasta su nuevo dormitorio. Su caja cama, sus envases con agua y comida y –muy importante- su cubeta de arena. Los dos primeros días no comió, pero al tercero empezó a bajar el nivel de pelets del recipiente y comenzaron a aparecer pequeños, compactos e inoloros excrementos dispuestos ordenadamente sobre su piscina de arena. Primera etapa, superada.
Recién se cumplirá una semana desde que llegó nuestro nuevo huésped y ya eligió su lugar preferido. Le gusta permanecer horas detrás de la cocina, se nota que tiene miedo, sea porque lo separaron de su madre, sea porque sus nuevos dueños son gigantes a su lado. La cosa es que acercarse a Dèmian es de terror, maúlla insistentemente, gruñe, estira las uñas y se retuerce. Pero me cae bien esta mascota, porque su independencia me permite ignorarlo si se pone demasiado huevón, come lo que quiere y cuando quiere y caga en un lugar predeterminado sin ensuciar el resto de la casa. En las noches maúlla y pasea por todos lados y se esconde en los lugares más impredecibles.
Siento que Démian se “tomó” la casa y que talvez no sea un gato juguetón, pero ya me metí en esto y debo asumirlo tal como asumía los malos ratos que les hice pasar a sus congéneres hace ya 20 años.

ERRECÉ
PD: cualquier consejo o truco para que se ponga más buena onda, bienvenido.

1 comentario:

Alejandro Tapia dijo...

Me parece que Démian es la mascota perfecta: no hace ruido, no molesta más de lo necesario, mea en su arena, come mejor que nosotros y no se pelea con nadie. No sé qué consejo darte, ya que nunca he tenido un gato. Sin embargo, un día deberías agarrarle la cola y mandarlo al carajo.
NS