martes, septiembre 26

MICROPÍLDORA

Ayer venía en la micro cuando una muchacha adolescente, vestida de uniforme escolar y cargando una mochila y un bolso (seguramente con restos de colación) subió llorando desconsolada. No pude evitar el morbo y me saqué los audífonos sólo para oír su llanto. Era –sin duda- una pena negra. Se sentó junto a un universitario, quien –amablemente- le pasó un paquete de pañuelos desechables para retener los microbios que ya comenzaban a aflorar de manera incontenible. Lloraba pidiendo una oreja y el se la prestó gustoso. Con frases entrecortadas por sonidos guturales y lacrimosos, la niña-mujer empezó a narrar sus desventuras. “Parece que estoy embarazada”, dijo. Definitivamente apagué el reproductor de música para escuchar la historia completa. “Sabes –le dijo a su ocasional interlocutor- fue la única vez que me acosté con mi pololo…antes de ayer”. “¿Y por qué crees que estás embarazada?”, le preguntó el universitario. “Por las fechas…usó un condón, pero se rompió y ahora no sé qué…buuuuaaa”. Siguió llorando sin consuelo.
Soy pro aborto sin presiones externas, es decir, que cada quien decida sobre su cuerpo incluyendo lo que lleva dentro. No creo en la “vida humana” antes del parto, sino en la preexistencia, que nada tiene que ver con emociones, sino con biología pura.
Lo que los padres de la niña no hicieron en varios años, lo estaba a punto de concretar ese extraño que –por casualidad- se había cruzado en su vida, porque a los pocos minutos le dijo: “Yo te puedo ayudar”. Le habló de la píldora del día después y de la confidencialidad de los consultorios a propósito de la nueva normativa; ella parecía sonreír. “¿Seguro que no me pasará nada…no es un aborto?”, le preguntó ignorante y claramente ignorada desde hacía mucho tiempo. “No, no es aborto, es una medida anticonceptiva… veo que nadie te ha explicado”. “¿Y dónde la puedo conseguir?”, le preguntó. “Mira, si tienes plata en una farmacia, si no tienes en un consultorio”. El tipo parecía un enviado del servicio de salud, pues la convenció.
Juntos se bajaron de la micro. Mientras el bus avanzaba, los vi perderse tras la mampara de una Farmacia. Ella volvía a estar alegre. Él, proselitista de la anticoncepción, volvió a guardar sus pañuelos desechables.
ERRECÉ

jueves, septiembre 21

OPTIMISMO EN SEPTIEMBRE

“Así mienten, así engañan. Así han tratado de ocultar el horror en que han sumido a nuestro pueblo”.
Orlando Letelier, México 1975.
El 21 de septiembre de 1976, hace exactos 30 años, una bomba estallaba en Washington bajo el automóvil en que se desplazaba el ex Canciller chileno, Orlando Letelier. Su cuerpo destrozado quedó a varios metros del vehículo, congelado en una fotografía que recorrió el mundo, mostrando el rostro del fascismo internacional que, apoyado por la CIA, buscaba vengarse de la justicia social que había alcanzado el derrocado Gobierno de Allende y de una presunta campaña internacional de desprestigio, encabezada por Letelier desde la capital estadounidense. Una ironía, pues la dictadura no requería una campaña para desprestigiarse frente al mundo.
Letelier tenía 44 años y había sido embajador en el mismo país que terminó conspirando para su muerte. Fue detenido por los militares golpistas el 11 de septiembre de 1973 cuando ostentaba el cargo de ministro de Defensa. Estuvo detenido en la Escuela Militar, el Regimiento Tacna y la lejana isla Dawson. Tras pasar por la Academia de Guerra Aérea y el campamento de Ritoque salió al exilio, pensándose a salvo de las manos del régimen militar, pero los tentáculos internacionales, manejados por Pinochet y su banda de maleantes lo alcanzaron en Washington, gracias a la acción directa del doble agente CIA-DINA, Michael Townley, quien presionado por Estados Unidos aceptó la responsabilidad de construir y poner la bomba, pero recibió una condena menor e inmunidad, a cambio de testificar en contra de sus ayudantes, cinco cubanos en el exilio. Tras cumplir parte de su condena, fue liberado bajo el amparo del programa federal de protección a testigos. Así, Estados Unidos jamás prestó real colaboración para aclarar el más grave atentado terrorista registrado en suelo gringo hasta antes del 11-S.
Según los protocolos de autopsias, Letelier murió por el desangramiento que le produjo la amputación traumática de sus extremidades inferiores y su acompañante, Ronnie Moffitt, falleció por aspiración de sangre, laceración de la laringe y de la arteria carótida derecha.
Tres décadas más tarde, la Presidenta Bachelet recuerda a su compañero de partido en la ONU y su par venezolano, Hugo Chávez, responsabiliza a “los terroristas de la CIA”. Ninguna sorpresa, aunque ojalá que tales acusaciones no disminuyan la principal responsabilidad, la del tirano Pinochet, próximo a cumplir 91 años.
El atentado contra Letelier formó parte de aquella terrorífica coordinación de las dictaduras de América Latina, bajo el nombre de Operación Cóndor, que buscaba eliminar personas de oposición de Chile, Uruguay y Argentina, sin importar el país donde se encontrasen.
La mañana del lunes 10 de septiembre de 1973, en su condición de ministro de Defensa, Orlando Letelier se reunió con el Comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet, quien, según narrara el propio Letelier ante la Comisión Internacional de la Junta Investigadora de los Crimenes de la Junta Militar en Chile en Ciudad de México en 1975, “hizo alarde de sus condiciones democráticas, de sus sentimientos de admiración y lealtad al Presidente Allende y de su decisión de cumplir con su juramento de soldado de defender hasta las últimas consecuencias la Constitución y la persona del Presidente de la República”. El propio dictador declaró posteriormente que, dos días antes, había discutido un documento con uniformados de otras ramas, mediante el cual se comprometía a participar “en la conjura destinada a quebrar la Constitución, a asaltar el poder y ocupar Chile por las armas”, puntualiza Letelier.
Menos mal que septiembre llega a su fin… Se me hace difícil tragar este mes del año, sumido en la ambivalencia de las fiestas patrias y La Moneda en llamas. Recordando a los mártires de la Unidad Popular y su mensaje de justicia y esperanza, me acercó con más optimismo a fin de año.
ERRECÉ

viernes, septiembre 8

Máximo tribunal, mínima justicia

Nuevamente la justicia se burla de la pobreza, desde los tupidos sillones de la Corte Suprema, confirmando lo que Mario Palestro exclamó a comienzos de los 70: “Son unos viejos momios de mierda”. El máximo tribunal confirmó la tesis del suicidio en el caso Soto Tapia, a pesar de las innumerables pruebas que desdecían tal barbaridad. La familia del conscripto ha debido esperar 10 años para oír una respuesta tan poco creíble. La causa de muerte quedó como “indeterminada”, pues los restos óseos no permiten mayores análisis. En nada quedaron las condenas de 15 años y un día que el ministro en visita Patricio Martínez, dictó contra los 3 conscriptos que –según su investigación- habían golpeado a Soto hasta la muerte.

Con un sitio del suceso alterado, la complicidad del Ejército y ahora de la justicia, nada pudo hacerse para dignificar los resultados de la investigación.

Conocí a la familia del soldado por cuestiones laborales. Conversé varias veces con ellos, una en su humilde casa de San Felipe. Esos padres esperaban más asistencia de los tribunales, pero sabían que desde la pobreza no serían escuchados.

Los asesinos de Pedro deben estar recorriendo las calles de San Felipe o algún edificio militar, cargando para siempre con el funesto crimen sobre sus hombros. Mientras, la familia llora por décimo año consecutivo la muerte del hijo que creyó conveniente evadir la pobreza haciendo su servicio militar obligatorio y –a cambio- encontró la traición de sus pares, el silencio cómplice del Ejército y otra mariconada gigante de esos “viejos momios de mierda”.