martes, julio 25

¿LA DERECHA SOLIDARIA?

¿A alguien le calza “solidaridad” con “derecha”? ¿Alguien cree realmente que los aliancistas están por defender a los trabajadores, eliminando los abusos del empresariado? Saco a colación estas interrogantes cuando el debate en torno a la reforma previsional está encendido. Las propuestas de la Comisión Marcel están siendo estudiadas por el Comité Interministerial que deberá presentar el proyecto de ley para su discusión parlamentaria. Pero las voces políticas ya han lanzado sus ideas complementarias al informe del Consejo Asesor Presidencial. Mientras el bloque progresista de la Concertación puso el acento en el pilar solidario y en la creación de una AFP estatal; la derecha cree oportuno que se entregue un subsidio estatal a las mujeres trabajadoras para completar sus magras pensiones. Además, los herederos de la dictadura plantean la OBLIGACIÓN de que los trabajadores independientes coticen en las Administradoras de Fondos de Pensiones. Este último punto me parece aberrante desde el punto de vista político, porque es tan evidente que los propietarios de las AFP son del mismo grupo de legisladores momios que buscan seguir enriqueciéndose. No les bastó con saquear el Estado en los años 80, ahora quieren que los particulares depositen parte de sus sueldos –por boleta- en los fondos para la vejez. ¿Por qué debemos pensar en la vejez obligatoriamente, si mi ideal es vivir precisamente hasta los 65 años? Una amiga me comentaba hace algunos días que está vendiendo planes de AFP para obtener recursos adicionales. Sólo le planteé la posibilidad de que se muriera al día siguiente de jubilar y se aterrorizó por el destino que tendrían los millones de pesos acumulados durante años de cotización.
Es un dato de la causa que mientras la izquierda busca darle protagonismo al Estado dentro de las actuales perspectivas de desarrollo con el modelo económico liberal ya instalado, la derecha busca reducir su tamaño, dejando a la “mano invisible” hacer el resto, una mano ni tan invisible, pues son ellos los especuladores que manejan el mercado. No se puede obligar a los trabajadores independientes a cotizar, lo más que se puede hacer es incentivar su ingreso al sistema previsional, como planteó la comisión de expertos. Pero la derecha no quiere perder ni un peso susceptible de ser invertido y multiplicado por millones para el bien de los empresarios, porque luego los cotizantes no verán un peso más allá del reajuste de sus pensiones. ¿Hasta cuándo seguirán robando los ahorros de generación tras generación? Todos estos inventos financieros previsionales fueron creados por los ladrones del régimen de Pinochet que creen que pueden seguir haciendo y deshaciendo con los recursos particulares. Critican la regulación del Estado, pero resulta que cuando estemos abandonados a la deriva ¿serán los empresarios nuestros defensores, serán ellos los que recuerden la tan mentada solidaridad y nos tiendan una mano para sacarnos de las tinieblas antes de caer en el abismo de la miseria? ¿será la derecha la que permita que mejoren las condiciones laborales y se haga justicia con cientos de miles de compañeros explotados? No señor, seremos nosotros los únicos responsables de nuestra suerte y somos nosotros los llamados a detener el robo legitimado por el actual sistema. Por eso no deja de ser relevante que se cree una AFP estatal que proteja con visión de Estado los fondos particulares, que en vez de ser invertidos para enriquecer al empresariado, podrían servir para sumar y mejorar los planes sociales y de superación de pobreza en Chile que –hasta ahora- son puestos como ejemplo para el mundo por organismos internacionales.
ERRECÉ

martes, julio 18

EL CHAMPAÑAZO

Cuando me enteré, me dio exactamente lo mismo, ni siquiera se me pasó por la cabeza un cuestionamiento moral a la decisión. Sí me pregunté cómo reaccionarían mis padres cuando supieran que mi hermana menor estaba pololeando con mi primo hermano, dos años mayor que ella. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo comenzó el idilio consanguíneo, y nadie criticó la decisión final de estar formalmente juntos, compartiendo placeres y apellidos.
Todos se habían enterado desde que, de un tiempo a esta parte, mi hermana y su primo comenzaron a frecuentar reuniones familiares, salidas a bares y casas de otros primos, reventones de alcohol y comida, y otras “salidas a terreno”. Rápidamente se corrió la voz: los primos andaban en “algo”. No recuerdo si mi hermana me contó literalmente, pero sé que no hizo falta, pues además de notorio, había una mirada tácita en ella que quería decirme lo que con palabras se dificulta. ¿Cómo chucha le digo a los viejos?, me preguntó. De frente y sin respirar, pensé, creyendo que de todas formas, el conservador de mi padre le gritaría un rato y pensaría que su sobrino, el hijo de su hermano era un degenerado.
Pasamos dos o tres semanas riéndonos de la futuras “colas de chancho” y de esto de ser cuñado de mi primo, y que su tío era su suegro y que, en fin, todo el parentesco tradicional se había ido a la mierda. Admito que me gustaba la idea, por rara o simplemente por “antinatura” y no sólo quería, sino que debía estar presente (por petición de mi hermanita) cuando les dijera a mis padres que se estaba sirviendo su sangre en un plato familiar. El primer intento fracasó debido a una mala pelea entre ellos y yo, con la defensa directa de mi hermana. Doblemente endeudado, estuve presente cuando, 72 horas después, se decidió a contar su secreto de familia. Sólo faltaba que los viejos supieran, porque todos, absolutamente todos sabían del idilio.
“Papá, estoy pololeando con mi primo”, “¿Pero cómo, si es tu primo hermano?”, replicó mi padre, para luego agregar que sólo le parecía extraño, pero lo aceptaba. No sólo eso. Dos días después, el pololo-primo apareció en el departamento “dando la cara” a sus tíos-suegros. Mi padre se puso contento, dichoso, incluso cuando yo ya me retiraba, culminando mi apoyo moral, sacó una botella de champaña que permanecía guardada en el refrigerador desde que supo que su hija menor se había involucrado con su sobrino. Nunca fui testigo de nada igual, mi padre conservador, de derecha, católico y muy jodido, aceptaba de buenas a primeras aquella situación que si la hubiese considerado blasfema me hubiera parecido normal. Pero me desconcertó, sobre todo por la champaña, pues mi primo debe ser de los pocos que se fue de “champañazo” a las pocas semanas de iniciar tamaña relación.

PD: Si tengo sobrinos con cola de chancho, no me quedará otra que comprar afrecho y quererlos en su diferencia.
ERRECÉ

martes, julio 4

EL REY LAGARTO


“I am the Lizard King… I can do anything”
Jim Morrison
El 3 de julio se cumplieron 35 años de la muerte de Jim Morrison, y no quise dejar pasar la fecha sin rememorar la estructura mental de uno de los más influyentes personajes en lo que ha sido mi vida. Conocí la música de The Doors a mediados de los 80, cuando recién me acercaba a los diez años. La radio –aquellas intervenidas emisoras- tocaban los sabrosos “temas oreja” de la banda californiana. Así me fui prendando de “Light My Fire” y “Break on Trough”, clásicos de clásicos, que hasta hoy encienden mis pasiones. Pasaron los años y fui adquiriendo, primero en casetes, toda la discografía de Manzarek, Krieger, Densmore y Morrison, hasta completar una caja llena de cintas con los álbumes típicos y otros sacados de persas y ferias callejeras, que contenían conciertos en bares y presentaciones masivas. Compré videos en VHS y libros con poemas de Morrison, que todavía me causan fascinación. Leí y releí la historia de este hijo de militar, que sucumbió a la revolución de aquellos años y se entregó a lo que había más allá de “las puertas de la percepción”. Ya con 14 años, probé la marihuana, inspirado en una presentación en que Jim prendía un caño antes de cantar The End. Me volé poco, pero pasadas unas semanas aprendí a fumar yerbita y a explorar los recovecos de la mente. Me sentía conectado con el artista, pasaban los años y cada 3 de julio recordaba su pintoresca muerte, escuchaba e investigaba los mitos que la rodearon en París, lugar donde había huido de sí mismo. Leí y releí las traducciones de sus temas, impactándome con “Horses Latitudes”, en que James Douglas Morrison declama con profunda inspiración cómo los caballos son arrojados al agua en alta mar, cuando los barcos españoles debían alivianar peso por imprevistos del clima. Se nota el sufrimiento del poeta ante el dolor animal, en cada verso, en cada convulsión verbal.
Pasaron los años y soñaba con conocer el lugar donde yacía Morrison, buscando inspiración, conexión con el desgarbado personaje, lo que la sociología llama ídolo. Cumplí 17 años y terminé el colegio. Salí a estudiar a España y desde que lo planifiqué, estuvo entre mis panoramas (ya no sueños) visitar el mítico cementerio de Pere Lachaise, donde está sepultado el cuerpo de Jim Morrison, junto a próceres de la cultura como Wilde, Piaf, Balzac, Moliere, La Fontaine. Ya instalado en Madrid, aproveché la semana santa y me fui diez días con una mochila y unos cuetes de hachís a París. Me quedé en un hotel periférico a cinco estaciones de metro de Pere Lachaise. Apenas llegué al hotel, agarré un perno y me dirigí al cementerio. El portero me dijo en inglés que cerraban en media hora, así que corrí con el mapa en mis manos, donde un cuadrado rojo señalaba el lugar exacto donde estaban los restos de Morrison. Había algo de gente, caminé mientras me fumaba la resina y regresé a los pies de la tumba. No deja de ser conmovedor, 8 años después, encontrarse con la tumba de tu ídolo, que sólo habías visto en fotografías.
Durante el año que estuve en España, volví cinco veces a la tumba de Morrison, como un fanático. Regresé a buscar la inspiración, a buscar versos olvidados, me enchufaba un reproductor de cd en las orejas y volaba (ya no sólo con ayuda de estimulantes) volaba lejos, me sentía relajadísimo y afortunado, mirando ese trozo de fierro con el nombre del cantante, mientras en mis oídos se cerraba la función con un “This is the end, beautiful friend”. Morrison me mostró la silenciosa revolución de la libertad, me mostró los poemas más preciados y simples, me enseñó a buscar nuevas percepciones, y hoy, a 35 años de su muerte, y a 20 de mi enganche con sus letras, todavía me causa emoción reordenar sus discos (ahora en cd, algunos en vinilo) releer sus libros, sus biografías. Por supuesto estuve en el recital que dieron sus ex compañeros en el Velódromo del nacional. Sorprendente. Ojalá pasen los años y pueda seguir descubriendo pasiones entre la empolvada historia de mi único ídolo, el Rey Lagarto.
ERRECÉ