jueves, mayo 4

HAMPONES DEL AZAR


"Aquí gana, aquí pierde, aquí gana, aquí pierde", canta el hombre, mientras revuelve los discos sobre un diario LUN doblado en tres. Es un estafador que utiliza una de las fórmulas más antiguas del centro: pepito paga doble. Son tres discos con un lado negro y el otro blanco; uno de ellos tiene un dibujo, ese es el ganador. Pero la idea de la estafa es que siempre gane el delincuente y que los incautos pierdan. Es increíble comprobar cómo decenas de personas todavía se gastan sus lucas en apostar a este juego.
Este mediodía había en el Paseo Ahumada -en un radio de 20 metros- cuatro "puestos" de pepito paga doble, todos con sus palos blancos, señoras entradas en carne y -por qué no decirlo- también en años. Ellas son las encargadas de simular jugadas para incitar la derrota de quienes rodean al ladrón. Es extremadamente ridículo, porque las mujeres en cuestión tienen cara de miseria, hablan con un lenguaje miserable, caminan míseramente, pero apuestan diez mil pesos, pierden, y se quedan calladas como si no les afectara para nada. Pero en la ciudad siempre hay imbéciles que siguen cayendo en el jueguito. Debo admitir mi más profundo odio hacia estos personajes de la fauna nacional, porque afectan el bolsillo de los que menos tienen, los más incautos.
Más allá de la rabia que me provoca pepito paga doble, admito que no resisto los juegos de azar, desde la más simple lota, hasta los millonarios kino, loto o similares, pasando por todos los raspes y los juegos de ferias libres. Incluyo las máquinas tragamonedas y todas aquellas que alimentan los sueños de multiplicar tu riqueza.
Pienso en todo eso, y en los pobres hombres y mujeres que regresan a sus hogares más pobres, humillados por la delincuencia disfrazada de entretención. Pero vuelven a tentarse cada vez que oyen el repetido llamado del hampón: "aquí gana, aquí pierde, aquí gana, aquí pierde".
PD: admito que una vez caí en el juego. Estaba en París y un viejo francés hacía algo similar con naipes. Aposté y me pareció fácil ganar, tenía 17 años y perdí el equivalente a 40 mil pesos chilenos. Me agrandé porque andaba con plata, pero la astucia del delincuente europeo me achicó hasta la mínima expresión. Pateé la rabia durante horas, jurando que (por vergüenza) jamás contaría esta historia y que nunca volvería a caer con el delito disfrazado de azar callejero. Lo primero lo cumplí hasta hace poco, sin embargo, lo segundo lo he seguido al pie de la letra.

ERRECÉ

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