miércoles, mayo 17

A CHUCHADA LIMPIA



“¡Y que se vayan a la mierda todos!!!”
La Polla Records
Me encantan los garabatos… son mi fetiche permanente. Desde cabro chico que me siento liberado cada vez que digo uno. Entre mis favoritos figuran el “chuchesumadre” y el “anda a lavarte la zanja”. Ambos los utilizo casi siempre y me siento “de puta madre”, como dicen los españoles.
Cuando era niño, mi padre no soportaba que dijera garabatos, me instaba a corregir mi vocabulario, pero sus intentos mutaron en una doble personalidad. Por un lado, en ambientes formales, me desenvuelvo con naturalidad, sin expresiones obscenas, pero cuando digo “mucho gusto”, pienso “hola, po conchetumare”, y cuando pregunto “¿cómo le ha ido?”, pienso “en qué huevá andai metido”. Por otro, en reuniones de amigos, saludo y me despido con garabatos, y termino cada frase con una muletilla, que es algo así como una reducción de la gran palabra “huevón”. La cosa es que no puedo evitar decir chuchadas, me trastornan. No es que tenga el síndrome de la Tourette, como súper Taldo, pero en mi manera de comunicar está incorporada la coprolalia. Y me he llevado grandes sorpresas, como que mis últimas y mis primeras palabras de cada día son garabatos. Al acostarme, por ejemplo, apago la luz, me doy media vuelta y digo algo como “a la mierda, me duermo”, y al despertarme, cuando mis obligaciones superan las ganas de quedarme durmiendo, me estiro y mientras lo hago, con voz todavía de sueño voy diciendo lentamente “¡con-che-su-ma-dre!”.
Y así transcurre el día con inevitables expresiones groseras, a veces con cariño, a veces con violencia. Porque, por ejemplo, cuando el maldito micrero no te para cuando le avisaste, qué es lo que le gritas: “caballero, se pasó de mi parada, qué desconcentrado está usted, oiga”. NOOOO, le gritó “¡para po’ reconchetumadre y la gran puta que te parió!!”. Es la única manera de quitarme el empacho. O cuando el joven de la esquina insiste en limpiar las ventanas (ya limpias) del automóvil, no le dices “joven, podría sacar las manos del vehículo”, sino “mira, pendejo reculiao, o dejai de huevearme o me bajo y te vuelo la raja a patadas”.
Los garabatos son mi debilidad, de hecho busco chuchadas nuevas para incorporarlas a mi trato diario y renovar mi lenguaje. Pero insisto, en reuniones académicas, el lenguaje vuelve a su formalidad y mi pensamiento divaga en frases obscenas. Como decir “estoy en desacuerdo con tus planteamientos”, en vez de mi favorita “¡anda a lavarte la zanja!”, que puede ir acompañada de “…con sapolio” o “…con rinso”.
Recuerdo grandes exabruptos en doctos escenarios, como cuando el entonces presidente del Senado, Sergio Romero, hartado de los gritos de un grupo de señoras que protestaba por la detención del tirano en Londres, dijo en voz baja “¿Hasta cuando huevean estas viejas de mierda?”. Para su mala fortuna, unos micrófonos de prensa estaban abiertos y su simpática frase salió por todos los medios. O el “¿qué te pasa, conchetumadre?”, de Patricio Tombolini, cuando era atacado por el “viejo del cartel” en Rancagua. O cómo olvidar el antológico “¡Viejos de Mierda!”, del compañero Mario Palestro dirigido a los jueces de la Suprema en el parlamento de comienzos de los 70.
Garabatos hay para todos los gustos. Por eso fueron tan populares los rayados en los baños con largas listas de nombres para los órganos sexuales y rimas con palabras soeces. Yo me regocijaba con tan ilustres ideas.
Insisto, no puedo vivir sin echar chuchadas, y al que no le guste ¡¡¡QUE SE VAYA A LAVAR LA ZANJA!!!.
ERRECÉ

1 comentario:

Leonardo Meyer dijo...

ESTE ARTÍCULO ES NOTABLE, te pasaste rechuchetumadre!!!!