lunes, marzo 12

11 de marzo. NADA QUE CELEBRAR


El once de marzo ha servido en Chile para celebrar año tras año un nuevo aniversario de Gobierno, primero los de Aylwin, luego los de Frei y más tarde los de Lagos. El de este año pudo resultar especial, por ser el primero de Michelle Bachelet, primera presidenta de Chile, figura latinoamericana y responsable de encabezar el cuarto gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia, conglomerado de centro Izquierda, nacido para derrotar a Pinochet y consensuar los gobiernos que lo sucedieran. En este grupo gobernante, el Partido Socialista –donde milita Bachelet desde su juventud- y la Democracia Cristiana son las fuerzas que política y valóricamente se enfrentan en este cuarto Gobierno de consensos. Ya van dos DC y dos PS, y hoy, recién cumplido el 25% del tiempo de la Presidenta, los partidos de Gobierno y oposición inician sus precampañas para el 2009, donde el ex presidente Ricardo Lagos no ha dejado de tener un rol protagónico. Y hay algo sintomático. La Presidenta Bachelet asumió su mandato, con las calles llenas de festejos y jolgorio público (me incluyo, ahora sumido en la más profuda decepción). Marcaba -según las encuestas- un 65% de popularidad. Hoy, un año después, las calles están vacías de celebraciones, aunque abundan las protestas callejeras, debido a los graves problemas con que se ha inaugurado el nuevo plan de transporte que prometió cambiarle el rostro a la ciudad capital, el Transantiago, que para muchos es un nuevo atropello a los derechos civiles. La Presidenta ha bajado más de 15 puntos en popularidad y algunas encuestas la sitúan bajo el 50%. Lagos, en cambio, se fue de La Moneda con un 70% de adherencia pública. Algunos intentan endosarle la responsabilidad de los varios problemas al anterior Mandatario, argumentando que –por ejemplo- el Transantiago es de su creación y varios casos de corrupción que se investigan son de ese período. Lo cierto es que todos los Gobiernos heredan; metas cumplidas, otras por cumplir y algunas bastante pendientes, más los desafíos propios de la agenda de Gobierno. Y de antemano se conocen perfectamente las condiciones en que se recibirá el Poder Ejecutivo. Porque resultaría fácil -y en ocasiones ha resultado- inaugurar obras que el anterior Presidente dejó casi terminadas, pero distinto es implementar lo que hasta entonces era un Plan. Se gastaron más de 12 millones de dólares en estudios que viabilizaran el Transantiago y realmente es un misterio qué cosas previeron.
Si se trata de hacer un balance objetivo, podemos entregar datos duros que indican que desde el inicio del Gobierno de Michelle Bachelet la tasa de crecimiento económico ha sido de 4,2%, bastante bien para el nivel regional, pero tímido para lo que Chile se acostumbro en períodos anteriores. La tasa de desempleo promedio ha sido de 7,8%, dato lógicamente emparentado con los más de 100 mil empleos que se crearon hasta la fecha. Lo más negativo es el bajo nivel de popularidad de la Presidenta comparado a un año atrás. Esto se debe fundamentalmente a la crisis del sistema de transporte público recién inaugurado y a los casos de corrupción detectados en el aparato estatal, donde los recursos de todos los chilenos –a veces- se pierden en bolsillos con fines políticos o simplemente desaparecen. No me cabe duda que lo que más indigna a los santiaguinos es lo primero, la cuestión de la locomoción colectiva, pues le atañe directamente en su diario vivir.
Las herencias se toman o se dejan; así como se desechó la idea de unir mediante un puente la isla de Chiloé al continente en el sur de Chile, también pudo haberse hecho con el plan maestro de transporte y proponer algo diferente, como deberá hacerse también para solucionar el trafico de pasajeros en la Isla Grande de Chiloé y su conectividad. La Presidenta decidió seguir adelante con el Transantiago y parece que “se metió en un tete”.

Decía que todos los gobiernos heredan. Es parte del juego de administrar el país y cuando se pierde la democracia ocurre lo que ocurrió en Chile, donde se acabó heredando un macabro modelo económico, donde el pobre simplemente está postergado ante cualquier intento de modernizar socialmente el sistema. Qué decir de plantear cambiarlo de frentón. Así es que si me preguntan qué es lo peor que ha ocurrido un once de marzo, responderé que fue precisamente en 1990, hace exactos 17 años, cuando el derrotado general Augusto Pinochet, le entregó a Patricio Aylwin –junto con la banda presidencial- un modelo económico siniestro, que hasta hoy perdura. Frente a tamaño once de marzo, no hay conmemoración que valga, no hay nada que celebrar, apenas la recuperación de la democracia pactada con los militares.
ERRECÉ

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