miércoles, octubre 11

PERDIDOS EN EL ESPACIO

A propósito del camino a Palena, tramo de la ruta austral que falta para completar la carretera que unirá por tierra Puerto Montt y Villa O’Higgins, narraré las dos formas que hay para viajar a Chaitén, capital de la provincia, donde vivimos con mi pareja algunos meses, trabajando en una panadería que sostuvimos a duras penas. En nuestro cometido nos fue como la callampa, pero aprendimos del hermoso sur patagónico y sobre todo, de las opciones que hay que evitar para no cagarse del susto o del tedio.
Hasta ahora, e imagino que hasta dentro de por lo menos siete años, plazo que demorará el Ministerio de Obras Públicas en entregar el tramo faltante, sólo se puede acceder a Chaitén por avión o barco. En realidad no es lo uno ni lo otro, porque en rigor se trata de una avioneta o una barcaza. La primera tarda 30 minutos y cuesta más de 30 mil pesos; la segunda vale la mitad y demora 12, 13 o 14 horas, dependiendo del clima, la habilidad del capitán y la carga que lleva el barquito.
Hicimos dos viajes, uno de reconocimiento y otro de asentamiento, breve, pero asentamiento al fin, porque más allá del fracaso yo vendí todas mis cosas para viajar y me llevé más de 30 cajas con mis pertenencias; cinco de ellas permanecen cerradas en mi recientemente inaugurada casa vieja.
El primer viaje lo hicimos en la avioneta porque el clima estaba bravo para moverse dentro del mar. No era menos la situación en el aire. 30 infartantes minutos de recorrido cruzando en paralelo a la isla grande de Chiloé y el continente, pues dicho sea de paso Chaitén es llamado el Chiloé continental.
Todo comenzó a las 12 del día cuando nos acercamos a la agencia de viajes en una céntrica calle de Puerto Montt. Un señor de unos 55 años recibió los boletos, cargó las maletas en un minibús, condujo el vehículo hasta el aeropuerto. Luego, el mismo señor bajó las maletas, atravesó el aeropuerto de El Tepual con un carrito, hasta llegar a la mismísima avioneta, donde cargó los equipajes, chequeó a los pasajeros y sus boletos, ocupó el sitio del piloto, verificó los escasos instrumentos y comenzó a pilotar, carreteó por la pista de despegue y se separó del planeta. Era un circo pobre con dos alas y tres ruedas.
En total éramos ocho personas, incluido piloto y copiloto, que en realidad era un pasajero que no tenía para nada cara de saber qué hacer en caso de que el conductor del minibús-encargado de la agencia-acarreador de maletas-cortador de boletos-piloto sufriera un malestar.
Este tipo de bimotores suena al chancho, es decir, los metales llenos de parches y heridas de antaño se sacudían más que aquellas míticas Recoleta-Lira. En 30 minutos ensordecedores, en que la lluvia terminó por amedrentar hasta al piloto, divisamos Chaitén, cuya pista de aterrizaje está de sur a norte, por lo que a nuestro multifuncional amigo le restaba una última maniobra antes de descargar el equipaje, cerrar el avión con llave, cargar los bolsos en una camioneta y llevarnos a la ciudad. Faltaba aquella puta maniobra de viraje, en que mientras el piloto tirita entero con los comandos de la avioneta, los pasajeros rezan, se aprietan las manos, echan chuchadas a concho y ven árboles, árboles, árboles, árboles, árboles, árboles… Cuando ya damos todo por perdido, se ve la pista y en un cuarto de segundo aterrizamos con un pequeño saltito, la nave reduce su velocidad, ingresa a la loza, soltamos con algo de confianza los esfínteres, nos miramos con cara de renacimiento y salimos de la cajita de metal.

BARCAZA DEL DEMONIO

Otra forma de viajar es en barcaza. Sin tener ni el más mínimo conocimiento de este medio de transporte, compramos los boletos y nos embarcamos en Puerto Montt, conociendo de antemano que serían doce horas o más de travesía.
Arriba del barco, paseamos por la cubierta buscando un lugar donde dejar las mochilas. Íbamos unos 100 pasajeros, tres camiones y cinco automóviles. Parece que tardamos mucho y la falta de experiencia nos jugó una mala pasada. Cuando entramos a la cabina donde hay asientos techados, estaba lleno de hombres, mujeres y niños acomodados en las más insólitas posiciones para armar el tetris humano que les permitiera resistir la mitad del día. Salimos y ya que había un día soleado, decidimos viajar en la parte alta del barco; pudimos fumar algo de macoñita, llevábamos algunas botellas de alcohol, así que el viaje se nos hizo algo más soportable, aunque largo, muy largo.
El mar estuvo calmo, sin embargo, cuando todavía faltaban cuatro horas para llegar, el frío patagónico nos saludó con una bofetada de hielo y debimos romper el tetris a presión y viajar de pie, pero con una temperatura adecuada, en la cabina con las otras personas, algunas de las cuales ya habían optado por estirar sus sacos de dormir en los pasillos y echarse cual barricada humana.
Llegando a puerto, hay que desarmar el tetris, así que una hora antes, salimos soportando el frío y llegamos en cubierta, medianamente ebrios… medianamente volados, pero a salvo.

“ESTAMOS PERDIDOS”

Tan mal nos había ido en Chaitén en nuestro viaje de asentamiento que, a pesar de tener reservados los pasajes en barcaza, la prisa por huir de aquel lugar y la proximidad de un temporal que amenazaba con dejarnos en tierra una semana, nos adelantamos y compramos boletos en bimotor, sin considerar el mal tiempo que se avecinaba.
Antes de embarcarnos, la lluvia ya sumaba tres horas, pero nos subimos carerraja al avión, pilotado por un señor más inexperto... pero con dedicación exclusiva a maniobrar el avión, es decir, no cortaba boletos ni nada de eso.
Apenas despegó sabíamos que sería difícil… El mes anterior había caído una avioneta en el sector (la historia cuenta que quien era hasta ese minuto el único sobreviviente logró salir de la aeronave, caminó unos pasos y gritó “¡¡¡¡¡¡estoy vivo, estoy vivo!!!!!!”, para -acto seguido- tropezar y caer al acantilado, sumándose a las víctimas fatales). El avión se movió en exceso, mientras nosotros comíamos ansiosos bolsas y bolsas de golosinas que nos habían sobrado de la panadería. El vuelo –sabíamos- debía durar media hora o 40 minutos, por lo que cuando había pasado una hora y nosotros veíamos sólo mar, mar, mar, el piloto de dedicación exclusiva –frente a las angustiosas caras de nosotros, los pasajeros aferrados a la vida- miró hacia atrás y dijo “Estoy perdido”…No supe qué decir… pasamos cinco minutos en silencio sepulcral (nunca mejor dicho). Transpiraba helado (no de chocolate, sino frío frío). Mi niña comenzó a marearse en exceso, le bajó una crisis de angustia, el piloto buscaba el norte, una señora sacaba un rosario. Hasta que quien llevaba el control, emulando a Rodrigo de Triana, dijo en voz alta “¡Tierra!”. Efectivamente era el continente; habíamos estado perdidos por el lado oeste de Chiloé, donde termina esa parte del país. Para mi mujer ya era tarde, faltaban cinco minutos para aterrizar en El Tepual y empezó a vomitar copiosamente en las espaldas de los que viajaban adelante: el Gobernador de la provincia de Palena y su distinguida esposa. Cuando el avión se detuvo en tierra firme, la autoridad le preguntó, algo manchado todavía “¿estás mejor?”. Ella todavía no se recuperaba del amargo llanto de la incertidumbre.
La nueva ruta terrestre sumará una tercera opción, menos angustiosa y más cargada de naturaleza. Eso, siempre que el proyecto del MOP no haga mierda los retazos de paraíso que se dibujan en ese angosto trozo continental. Lo que es yo, ni aire ni mar, al menos en esa zona, donde la maldad embravece el océano y congela hasta las palabras, y cubre el cielo de indomables tormentas.

ERRECÉ

2 comentarios:

Alejandro Tapia dijo...

Lo que sí es seguro es que el MOP se llevará su parte. Buen detalle el del vómito en la espalda de los pasajeros. Ahora es sólo una anécdota. Queda pendiente el "fracaso" de la panadería. He estado dos veces en Chaitén. La primera llegué desde Chiloé en una barcaza que se llamaba La Pincoya. No sé si aún existe. La segunda vez desde Río Negro, en un barco más pequeño. La cosa se mueve. Pero no tanto tampoco. Salud!

chilesiguesocialista dijo...

Negro Superstar: esa historia de la panadería ya la sacaré a relucir, todavía no la digiero del todo. La Pincoya todavía existe. La cosa se mueve bastante, he sabido de casos en que los barcos quedan a la deriva y los pasajeros deben ser rescatados con ayuda técnica de la armada. Salud!