martes, julio 18

EL CHAMPAÑAZO

Cuando me enteré, me dio exactamente lo mismo, ni siquiera se me pasó por la cabeza un cuestionamiento moral a la decisión. Sí me pregunté cómo reaccionarían mis padres cuando supieran que mi hermana menor estaba pololeando con mi primo hermano, dos años mayor que ella. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo comenzó el idilio consanguíneo, y nadie criticó la decisión final de estar formalmente juntos, compartiendo placeres y apellidos.
Todos se habían enterado desde que, de un tiempo a esta parte, mi hermana y su primo comenzaron a frecuentar reuniones familiares, salidas a bares y casas de otros primos, reventones de alcohol y comida, y otras “salidas a terreno”. Rápidamente se corrió la voz: los primos andaban en “algo”. No recuerdo si mi hermana me contó literalmente, pero sé que no hizo falta, pues además de notorio, había una mirada tácita en ella que quería decirme lo que con palabras se dificulta. ¿Cómo chucha le digo a los viejos?, me preguntó. De frente y sin respirar, pensé, creyendo que de todas formas, el conservador de mi padre le gritaría un rato y pensaría que su sobrino, el hijo de su hermano era un degenerado.
Pasamos dos o tres semanas riéndonos de la futuras “colas de chancho” y de esto de ser cuñado de mi primo, y que su tío era su suegro y que, en fin, todo el parentesco tradicional se había ido a la mierda. Admito que me gustaba la idea, por rara o simplemente por “antinatura” y no sólo quería, sino que debía estar presente (por petición de mi hermanita) cuando les dijera a mis padres que se estaba sirviendo su sangre en un plato familiar. El primer intento fracasó debido a una mala pelea entre ellos y yo, con la defensa directa de mi hermana. Doblemente endeudado, estuve presente cuando, 72 horas después, se decidió a contar su secreto de familia. Sólo faltaba que los viejos supieran, porque todos, absolutamente todos sabían del idilio.
“Papá, estoy pololeando con mi primo”, “¿Pero cómo, si es tu primo hermano?”, replicó mi padre, para luego agregar que sólo le parecía extraño, pero lo aceptaba. No sólo eso. Dos días después, el pololo-primo apareció en el departamento “dando la cara” a sus tíos-suegros. Mi padre se puso contento, dichoso, incluso cuando yo ya me retiraba, culminando mi apoyo moral, sacó una botella de champaña que permanecía guardada en el refrigerador desde que supo que su hija menor se había involucrado con su sobrino. Nunca fui testigo de nada igual, mi padre conservador, de derecha, católico y muy jodido, aceptaba de buenas a primeras aquella situación que si la hubiese considerado blasfema me hubiera parecido normal. Pero me desconcertó, sobre todo por la champaña, pues mi primo debe ser de los pocos que se fue de “champañazo” a las pocas semanas de iniciar tamaña relación.

PD: Si tengo sobrinos con cola de chancho, no me quedará otra que comprar afrecho y quererlos en su diferencia.
ERRECÉ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque suene raro, este tipo de historias son más comunes de lo que uno piensa. Respecto a la cola de chancho, don't worry, son puras hueas del realismo mágico.
¡¡¡Salud por tu viejo entonces!!!

Alejandro Tapia dijo...

Buen champañazo. La mejor historia de este blog según mi humilde punto de vista. Veremos qué pasa con los cola e chancho. Pero mientras tu hermana sea feliz y mientras haya champañazos...todo bien.
También me gustó harto el relato sobre Morrison. Faltó, eso sí, explorar más el tema de la meditación en el cementerio. This is the end.
NS