martes, abril 18

Comer, beber y amar.


El título de esta columna no responde a la gran película homónima, en que un padre viudo le cocina todos los días a sus hijas distintas exquisiteces. La idea es desentrañar la íntima vinculación de los alimentos y el amor. Una compañera de oficina nueva, a quien llamaremos MJ me dice que es un poco celosa, pero que no se molestaría si ve a su pololo tomando un café con una mujer. Le pregunto qué pasa si el líquido en cuestión sube de grado y se convierte en un trago largo. "Ah, no po", replica, agregando que no tiene nada que tomarse un copete con nadie más que ella. O sea, de una cena ni hablar.
Los alimentos que ingerimos -insisto- están íntimamente relacionados a nuestra estructura sentimental. Es decir, lo mejor para evitarse celos es comerse un completo o simplemente no comer nunca con otra mujer que no sea la tuya.
Siempre me ha parecido extremadamente esnob comer sushi. No es que no me guste, sino que me recago de hambre cada vez (muy pocas hasta ahora) que me devoro algunos rolls. El tema lo traigo a colación porque a pesar de que no me gusta, se me simula muy erótica una japonesa maquillada de blanco comiendo esas ruedas de arroz sumergidas en soya, donde flotan algunas semillas de ajonjoli. Por eso, y a raíz del comentario de MJ, me parece que comer sushi es un acto previo a un encuentro furtivo. Por eso, no como sushi, y no corro riesgos innecesarios.
Lo otro es persecución, porque comer es un acto demasiado animal, sin importar que estemos en un restorán internacional, cuya suma de precios de la carta supera varios sueldos mínimos, o en un carrito de completos (publicidad gratis: el mejor es el del Tío Manolo, Rodrigo de Araya esquina Maraton).
Con el alcohol pasa algo diferente, y puedo entender por qué. El trago transforma a las personas, me dice un amigo, puede convertirlas en seres capaces de inmolarse en mitad de la noche por una pasión inventada al fragor de una ronda de copas. Por eso, el riesgo es más alto al tomarse un trago y los celos son más desvergonzados.
Del café no tengo nada que decir, tomo muy poco café, porque me acelera. El resto de las sustancias si creo que son muy íntimas y denotan una pequeña o gran alianza entre quienes las comparten.
Pero comer es comer, beber es beber, y para amar hace falta mucho más que una copa y un tenedor.
ERRECÉ

1 comentario:

Alejandro Tapia dijo...

Por eso un café con malicia nunca está de más. Ojo que el café también provoca. Y más en una noche lluviosa. A la tercera ronda de café ya estamos en cuarta, a 100 por hora. Del café a la cama es sólo un paso. Un pequeño gran paso, eso sí.
Chilenosocialista: sigue vomitando no más. Un abrazo, NS