Me gusta caminar y a veces exagero en la prolongación de mis rutas. Cuando estuve cesante, solía caminar hasta tres y cuatro horas, rumbo a ninguna parte, atravesando Santiago, pensando en nada y en todo a la vez. Anochecía y ponía fin a mi caminata, para regresar en micro o metro.
En uno de esos retornos, decidí devolver sobre mis pasos hasta donde me diera el cuerpo y me topé con una prostituta que me pidió fuego y me ofreció sus servicios. Sólo accedí a encenderle su pucho trasnochado y conversar unos pocos minutos con el hombre con tetas. Era simpático, hablaba bastante bien y fumaba como una dama. Ya era tarde y las micros comenzaban a desaparecer de las avenidas, por lo que me despedí de la patinadora y esperé locomoción.
Tuve suerte, porque pasó justo la micro que había esperado toda mi vida… ingresé a un mundo surrealista de amistad automática y fiesta sobre ruedas. Tras pagar mi pasaje, el sonido carraspeante de los Beatles invadió mi memoria. Al centro del pasillo, un cantante rasgaba su guitarra, encendiendo los ánimos de los cinco o seis grupos que viajaban a bordo. Como si se tratara de un espectáculo esperado por todos, empezamos a cantar SIN EXCEPCIÓN con el Mcartney criollo, batiendo palmas y acompañando los coros. El cantante se encendió mucho y accedió una tras otra a las peticiones de más temas. Al tercer single, increíblemente, comenzaron a salir botellas de pisco, cajas de vino, petacas de licor, y cada grupo brindó por separado. Fue algo muy extraño, pero me sentí como dentro de una fiesta, bebí de la petaca de mi ocasional compañero de butaca, y conversamos mientras Paul seguía cantando. Todos bebían y cantaban en esa micro única e irrepetible, que hizo olvidar mi amarga cesantía.
Y así me bajé del bus, con la sonrisa dibujada, pensando en lo fácil y automático que resulta sentirse feliz, aunque sea durante pálidos minutos, y olvidar, olvidar que somos seres individuales, egoístas y egocéntricos. La puta y el cantante fueron los protagonistas de esa noche mágica, en que ni siquiera tenía planeado beber. El cantante se bajó pocas cuadras antes que yo, tras haber brindado el recital más aplaudido de su callejero deambular musical… y el más regado. Debo reconocer que me impresionó que todos los grupos de pasajeros hayan llevado consigo algo para beber y que el espíritu generoso de la soledad haya hecho repartir el licor entre todos los que esa noche nos sumergimos en un minuto de fantasía palpable e inigualable.
PD: ahora tengo trabajo y camino mucho menos… ando mucho en micro, pero jamás volví a ver a ese “beatle”, y lo peor es que sólo me ha tocado oír pésimos representantes del folclor colectivo.